El verano es, para muchas familias, un respiro. Se acaban las rutinas escolares, los horarios apretados, las prisas. Los días son más largos, hay más luz, más posibilidades de estar fuera. Y también hay más tiempo libre para los niños. Un tiempo que, a menudo, cuesta llenar.
Entre el calor, el cansancio acumulado y la necesidad de conciliación, es comprensible que las pantallas entren en escena. Tablets, móviles o televisión pueden parecer soluciones rápidas: entretienen, distraen, mantienen al niño tranquilo. Pero lo que parece fácil y funcional a corto plazo, a menudo tiene consecuencias que no vemos de inmediato.
La infancia necesita otras cosas. Necesita cuerpo, tierra, voz, ritmo, contacto humano. Necesita juego de verdad.
Lo que pasa cuando todo ocurre en una pantalla
Sabemos que el cerebro de un niño se construye a través de la experiencia directa con el mundo. Cada vez que un bebé lanza un objeto y lo ve caer, está aprendiendo. Cada vez que un niño toca la arena, escucha el viento o salta en un charco, está fortaleciendo sus sentidos, su equilibrio, su pensamiento.
Las pantallas, en cambio, ofrecen un mundo cerrado, bidimensional, pasivo. No huelen, no se pueden tocar, no ofrecen resistencia. Todo está ya hecho, sin esfuerzo, sin espera.
Cuando el uso de pantallas tiene efectos negativos difíciles de calcular, entre ellos: más irritabilidad, menos paciencia, dificultades para concentrarse, menos iniciativa para jugar solos. No es culpa del niño. Su sistema nervioso simplemente no está diseñado para esa sobreestimulación constante.
Y hay algo más importante: cuando un niño está frente a una pantalla, no está haciendo todo lo otro que necesita. No está moviéndose, no está hablando, no está inventando, no está explorando, no está relacionándose. No está aprendiendo con el cuerpo, con las manos, con la mirada. Todo eso se queda en pausa.
Pero entonces… ¿qué necesita un niño en verano?
No necesita actividades planificadas a todas horas. No necesita campamentos llenos de estímulos. Y tampoco necesita estar todo el día acompañado.
Lo que necesita, en realidad, es bastante simple. Necesita espacio y tiempo. Movimiento. Naturaleza, aunque sea en una maceta o un parque. Objetos reales, no juguetes que hagan todo por él. La posibilidad de aburrirse un rato. Y después, de encontrar qué hacer por sí mismo.
Cuando un niño tiene la oportunidad de moverse libremente, de ensuciarse, de repetir una acción una y otra vez, de mirar una hormiga o construir una torre… está haciendo algo mucho más grande de lo que parece. Está desarrollando su atención, su imaginación, su coordinación, su seguridad interna.
A veces, como adultos, nos cuesta ver el valor de esos momentos. Porque no hay un resultado inmediato. Pero ahí, en ese juego que parece “nada”, está ocurriendo todo.
¿Y qué podemos ofrecerle para favorecer ese juego real?
A menudo creemos que los niños necesitan muchos juguetes o planes especiales. Pero lo que realmente necesitan es tiempo, libertad y propuestas abiertas. Aquí van algunas ideas sencillas y potentes para este verano:
1. Juego con agua:
Un barreño, unos recipientes, cucharas y esponjas pueden dar para horas de exploración. También pueden jugar a trasvasar agua con embudos, lavar muñecos, hacer “cocinitas” con pétalos y tierra. Si tienes espacio, una piscina pequeña o una bandeja de agua en el balcón puede ser todo un mundo.
2. Pintura con hielo o con el cuerpo:
Haz cubitos de hielo con colorante alimentario o témperas diluidas. Deja que pinten sobre papel o tela al aire libre. También pueden pintar con los dedos, las manos, o con pinceles grandes sobre cartones reciclados.
3. Cajas, telas y pinzas:
Dales cajas grandes, mantas o sábanas viejas y déjalos construir casitas, túneles o refugios. Si añades pinzas grandes, cuerdas o cojines, podrán montar y desmontar lo que quieran. Este tipo de juego estimula la creatividad y el trabajo en equipo.
4. Cesto de los tesoros natural:
Crea un cesto con elementos que recojáis juntos en paseos: piedras, piñas, conchas, palos lisos, hojas secas. Pueden olerlos, clasificarlos, hacer composiciones, inventar historias. Este tipo de materiales naturales despiertan la curiosidad y el juego simbólico.
5. Jugar con luz y sombras:
Puedes colgar una sábana blanca y usar una linterna detrás para hacer teatro de sombras. También podéis jugar a ver cómo cambian las sombras con el sol a lo largo del día, o usar espejos pequeños para reflejar la luz y moverla por las paredes.
6. Pintar con agua en el suelo:
Con una brocha y un cubo de agua, pueden “pintar” la acera, la terraza o una pared exterior. Es efímero, ecológico y muy entretenido. También pueden hacer formas con los pies mojados o ver cómo se seca todo poco a poco.
7. Cocinitas de barro:
Si tenéis tierra, macetas, piedras y un poco de agua, podéis montar una cocinita al aire libre. Pueden mezclar, remover, inventar comidas… y jugar a servirlas como si fueran chefs de un restaurante imaginario.
8. Clasificar y coleccionar:
Una actividad calmada y muy rica para niños pequeños. Podéis recoger conchas, hojas, piedrecitas, y luego clasificarlas por tamaño, color o textura. También pueden pegarlas en un cartón o hacer mandalas naturales.
9. Juegos de movimiento en casa o en el parque:
Carreras de cucharas, circuitos con cojines, caminar sobre líneas de cinta adhesiva, inventar bailes… Todo lo que implique mover el cuerpo ayuda a descargar energía y conectar con uno mismo.
10. Simplemente dejar espacio para el aburrimiento:
Sí, también es necesario. El aburrimiento no es enemigo del juego, al contrario: muchas veces es la antesala de las mejores ideas. Cuando dejamos de “ofrecer” cosas constantemente, aparece el deseo interno de crear algo por sí mismos.
Una infancia más viva, un verano más presente
Nuestros hijos no necesitan entretenimiento constante, sino oportunidades reales para conectar con el mundo, con su cuerpo, con su imaginación.
Este verano, quizás podamos regalarles algo tan sencillo —y tan poderoso— como eso: más tierra y CERO píxeles. Más silencio y menos ruido. Más juego, del de verdad.
Porque ahí, en lo pequeño, es donde ocurre la magia.
¡HAZ QUE CADA MOMENTO CUENTE!